Por Nicolás Carciochi

Hoy, salvo en Estados Unidos y Canadá, reconocemos al 1 de mayo como el Día Internacional del Trabajador.Esta fecha es en reconocimiento a los acontecimientos ocurridos el 1 de mayo de 1889 en Estados Unidos, medio millón de obreros decidieron iniciar jornadas de lucha y paro en las fábricas, para exigir que la jornada laboral pase de ser de doce horas a ocho. Cuatro días después, continuadas las huelgas, una persona ajena al reclamo lanzó una bomba a la policía que estaba intentando disolver la protesta pacífica de manera violenta. Así se inició un juicio hacia ocho trabajadores, de los cuales cinco fueron condenados a muerte y tres fueron encarcelados. A ellos se los llamó los Mártires de Chicago, por haber sufrido las consecuencias de un juicio que años después se calificó como ilegítimo.

Hoy, dos siglos después de haber castigado con la muerte a esos hombres que buscaban algo tan lógico como poder vivir y no sólo trabajar; un siglo después de haber asesinado a 130 mujeres que querían que se les pague lo mismo que a los hombres si realizaban las mismas actividades; y días después de haber comprado una remera de una marca que se sabe que tiene talleres clandestinos, que quizás la estés usando mientras lees esta nota, celebramos el día del trabajador.

Nos acostumbramos a conmemorar fechas que no sabemos de dónde vienen, y, no solo eso, sino que las festejamos. Festejamos que murieron personas para que hoy haya un mínimo de respeto por la clase trabajadora, y que, aún así, sea ésta la primera en sufrir cualquier decisión que tome el mercado o el Estado. Además, se nos hizo un vicio imperceptible anclar las fechas a la arqueología: las celebramos como algo lejano, que se fijó hace muchos años y no tiene nada que ver con nuestra realidad, porque nuestro día a día es perfecto y no hay nada que modificar.

Lo que pasa es que ya no hay derechos que conquistar… aunque haya empresas que prohíben que sus empleados y empleadas se afilien a un sindicato, o aunque las mujeres cobren menos que los hombres sólo por una cuestión de género, o aunque en nuestro país tengamos una tasa altísima de trabajo en negro y el Estado pague fuera de término o en cuotas.  Pero no hay derechos por los que luchar, porque creemos que ya todo está hecho y nos tenemos que ajustar a esa predeterminación. Pero ¿no nos deberían llamar la atención estas cuestiones? ¿Qué estamos festejando el 1 de mayo si están pasando todas estas cosas a nuestro alrededor?

Entonces, tenemos que empezar a tomar estas fechas como oportunidades para reivindicar esas luchas que parecen olvidadas. Es nuestra obligación, desde La voz de Estrella, como medio de comunicación, apelar a la reflexión de poder situarnos en el presente y tomar estas fechas como una insignia actual, de una lucha que no terminó, e individualmente no dejar de cuestionarnos cómo podemos cambiar nuestra realidad en busca de un progreso social que nos garantice en un futuro poder celebrar el 1 de mayo (y cualquier otra fecha) como corresponde.